Ignacio nos hace creer que odia la noche porque debe dejar de jugar, pero en la primera doble página se hace patente el abismo de diferencia que hay entre el día y la noche de Ignacio y empezamos a descubrir que ese “odio” que manifiesta hacia la noche es, más bien, miedo. En la noche de Ignacio, su chaleco, sus juguetes y su libro se transforman en seres que cobran vida y que no son muy amigables con él.
Ignacio, como todo niño, jamás aceptaría que tiene miedo así es que el lector debe seguirle el juego. Para no tener que dormir, el niño decide que la noche no llegará más. Al ver que sus intentos fallan y, en un guiño a Oliver Jeffers, vemos cómo Ignacio construye una nave espacial con todo lo que encuentra en su casa. Su objetivo es ir a arreglar sus problemas con la luna. Cuando consigue llegar, se detiene a pensar en lo que ve: un planeta con la mitad de día y la mitad de noche y toma su decisión final.