Lo más fácil habría sido empezar con alguna cita de Alejandra sobre su gran amor: la muerte. Pero desde que Alejandra Pizarnik me acompaña en mi propio proceso de recuperación psicológica, en esta casa se ha cambiado el día por la noche, los gatos por los cuervos, el oxígeno por el humo de cigarrillo.
Alejandra llegó un día sin avisar mientras yo buscaba Trankimazin en la mesita de noche. Con su llegada, también llegaron las flores, los discos de jazz e infinitos escritores que se acumulan en montañas de libros. ¿Podría ayudarme la historia de Alejandra a comprender mis propios miedos? Me he convertido en un suave insecto con alas, una polilla que roe recuerdos y arroja su historia en un diario.
Maldita Alejandra, qué difícil es seguir tu huella.