La sociedad abierta de recuerdo popperiano y luego sorosiano, no está claro por qué razón deba ser celebrada como «abierta» y «libre» por el Siervo nacional-popular, reducido a la categoría de mero instrumento del beneficio ajeno, o por los pueblos bombardeados en nombre de los derechos humanos y de la inclusión en el régimen del fundamentalismo del libre mercado. En efecto, la sociedad abierta globalista y posnacional es así, siempre y solo en referencia a la mercancía, cuya libre circulación se convierte en el único parámetro para evaluar el grado de libertad que existe: libertad que a su vez se hace coincidir ideológicamente sin reservas, por orden del discurso, con la libertad del mercado y de sus agentes para actuar sin obstáculos y sin limitaciones de ningún tipo.
La sociedad abierta postmoderna y globalizada coincide así con el espacio global e ilimitado del mercado desregulado, donde todo –mercancías y personas mercantilizadas– circula sin trabas y según la lógica de la valorización: este espacio abierto sin fronteras se presenta según el orden ideológico como universalmente bueno y justo, cuando es un espacio sólo para los señores del turbocapital, que encuentran en él un terreno ideal para el triunfo de su clase y, por tanto, para la masacre unívocamente realizada contra los perdedores de la globalización.
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