«Cuando me documentaba para La caída de los gigantes me impactó darme cuenta de que la Primera Guerra Mundial fue una guerra que nadie quería. Ningún líder europeo de ninguno de los dos bandos tenía intención de que sucediera. Pero, uno por uno, los emperadores y primeros ministros, sin pretender la guerra, tomaron decisiones —decisiones lógicas y moderadas— que nos acercaron un pasito más a uno de los conflictos más terribles que el mundo ha conocido. Y me pregunté: ¿podría suceder de nuevo?»
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