En el verano de 1812 Napoleón congregó a su imponente Grande Armée. Más de medio millón de soldados se concentraron en las orillas del río Niemen. Napoleón estaba a punto de emprender la más arriesgada de sus campañas: la invasión a Rusia. Encontró resistencia solo de manera esporádica y la superó con facilidad a lo largo del camino. La poderosa armada avanzaba sin dificultades hacia Moscú durante los agradables días del verano. El 14 de septiembre, Napoleón llegó a la capital rusa, anticipándose a la rendición del Zar. Al contrario de lo que pensaba, encontró una ciudad desierta y en silencio que su armada procedió a saquear, y en octubre, sobre las ruinas de Moscú, con unas provisiones llevadas a su límite, y con el invierno ruso por delante, Napoleón no tuvo otra opción que retroceder. Una de las grandes debacles militares de toda la historia apenas comenzaba.
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