Kenneth se siente afortunado. Ha encontrado a la familia que nunca supo que tenía, su futuro en el Foreign Office se le presenta brillante y recibe la noticia de que su abuelo materno, Laird de Dolmuck, acaba de fallecer y le ha nombrado heredero. Ante esta inesperada situación, viaja a las Highlands para vender las posesiones y regresar a Londres. Guarda penosos recuerdos de aquel lugar, del que huyó a los dieciséis años, y no desea permanecer más tiempo del necesario.
Briana siempre ha estado enamorada de Kenneth. Tenía once años cuando se marchó de Dolmuck y no ha podido olvidarle. Al reencontrarse, él descubre que la niña por la que sentía un fraternal cariño y a la que, en broma, le prometió que sería su esposa, es una viuda con una hija, y aquellos castos sentimientos comienzan a cambiar.
Pero la herencia es un regalo envenenado, y Kenneth pronto averigua que existen muchas razones para querer ver muerto al nuevo laird.